Mientras luchaba por no quedarme dormida manejando en Churubusco y después de una llamada un tanto incómoda fue que dediqué un tiempo a pensar en qué momento de mi vida decidí que la mejor forma de manifestar mi enojo era "haciendo que no me importa nada".
Supongo que todos hemos sentido esa falta de atención o de preocupación de seres a los que amamos. Ya sea padres, amigos, vecinos, compañeros de oficina. La ausencia de interés por compartir con nosotros lo que queremos compartir con ellos deja una sensación de decepción, vacío y tristeza.
Solo por poner un ejemplo, recuerdo alguna vez de niña que hice una de esas travesuras que crees cambiará el rumbo de la historia familiar. Esperas que tus papás se indignen, te castiguen o al menos te reprendan. Pero no, no pasó nada.
Esa percepción de que lo que hagas no tiene ninguna reacción te hace sentir que no importas. Somos tan egoístas que pensamos que el mundo debe girar sobre tu órbita y somos tan vulnerables que la indiferencia del Universo nos deja heridos. Innumerables veces esa situación se repite en tu vida y entonces la asocias a un castigo. El no hacer, el no reaccionar, el "me vale" se convierte en una forma de manifestar y castigar lo que te está molestando. Como quien dice haces un mega berrinche interno, le mientas la madre a la orbe, bebes café a lo estúpido y nadie sabe que estás enojado! Frustante.
El principal problema, me parece, es que las señales que se envían a las personas es errónea. Pareciera que lo que te está matando de enojo o de tristeza en realidad no te importa y comienza un círculo vicioso en el que la otra persona repite las acciones que te molestan porque al parecer no te molestan e incluso puede cansarse de esa reacción por leerla como indiferencia. Es más, cuando te molesta tanto llegas a hacerte un coco-wash "me vale, no me importa, no tengo por que enojarme, al fin que..." y en realidad ejercitas tanto el "me vale" que llega a convertirse en una forma de vida.
Es así que ayer por primera vez en muchos años decidí dejar de "hacerme la que no me importa" ante algo que, justificadamente o no, me causó inquietud. Manifesté mis dudas, puse en evidencia mi tristeza y pregunté todo lo que quise preguntar. Las respuestas que recibí no me dejaron ni tranquila ni contenta pero sentí como si hubiera abierto la puerta de la habitación más congestionada en mi departamento de demonios. Me di permiso de sacar a la mujer que menos me gusta mostrar: la insegura, la intranquila, la más frágil.
Antes que sea tarde es importante hacer saber a las personas que amo, que las amo, que me preocupan y que todo lo que hagan sí me importa, aunque no me guste.
Un espacio casual para esas inquietudes banales y realidades patidifusas. Que de vez en vez se metamorfean unas en otras...
"Se escribe para llenar vacíos, para tomarse desquites contra la realidad, contra las circunstancias." MVLlosa
miércoles, 21 de septiembre de 2011
viernes, 10 de junio de 2011
La puerta abierta al mar cerrado
Los viernes te retomo después de una pausa.
Los viernes son la puerta abierta al mar cerrado.
Los viernes sale el sol de madrugada.
Los viernes me enamoro.
Los viernes me visto de seda inalcanzable, me escurro entre tus dedos, me vuelvo indefinida.
Esperando que me encuentres me cobijo con tu almohada y te recuerdo con un beso que otros viernes nos aguardan en el alma.
Los viernes comienza una historia nueva entre tus brazos, donde el protagonista de mis besos se roba los aplausos de tu mirada, donde tu sonrisa me fotografía usando un flash inaudito de destellos armoniosos y colorido technicolor.
Los viernes tus pinceles me seducen con colores que en la Tierra no tienen nombre aún. Los viernes me hipnotizas bajo influjo de saliva que se vuelve dulce y magia, que me envuelven en locura y adicción.
Los viernes soy tu reina, soy tu escalava y soy tu diosa. Soy muñeca, soy princesa, soy la fiera, soy de ti. Soy tan viernes que me vuelvo una con el día, me muero con la noche y renazco con el sol para entonces encontrarte tan plácidamente dormido que me vuelvo sábado y domingo empeñada en serte ahora contigo y para ti.
Los viernes saco las uñas y araño al viento en un intento de romperlo, le grito a la luna que se estanque en un sitio, le imploro al alba que se esconda en la oscuridad. Nadie atiende mi llamado, nadie sabe lo que hablo. Solo queda beberte gota a gota y aprisionarte para siempre en la memoria de mi vida y de mi ser. Amarte poco a poco, saborear tu inteligencia, apretarte con los ojos y untarme la nobleza que te escurre por la frente y que me moja hasta los pies.
Los viernes son la puerta abierta al mar cerrado.
Los viernes sale el sol de madrugada.
Los viernes me enamoro.
Los viernes me visto de seda inalcanzable, me escurro entre tus dedos, me vuelvo indefinida.
Esperando que me encuentres me cobijo con tu almohada y te recuerdo con un beso que otros viernes nos aguardan en el alma.
Los viernes comienza una historia nueva entre tus brazos, donde el protagonista de mis besos se roba los aplausos de tu mirada, donde tu sonrisa me fotografía usando un flash inaudito de destellos armoniosos y colorido technicolor.
Los viernes tus pinceles me seducen con colores que en la Tierra no tienen nombre aún. Los viernes me hipnotizas bajo influjo de saliva que se vuelve dulce y magia, que me envuelven en locura y adicción.
Los viernes soy tu reina, soy tu escalava y soy tu diosa. Soy muñeca, soy princesa, soy la fiera, soy de ti. Soy tan viernes que me vuelvo una con el día, me muero con la noche y renazco con el sol para entonces encontrarte tan plácidamente dormido que me vuelvo sábado y domingo empeñada en serte ahora contigo y para ti.
Los viernes saco las uñas y araño al viento en un intento de romperlo, le grito a la luna que se estanque en un sitio, le imploro al alba que se esconda en la oscuridad. Nadie atiende mi llamado, nadie sabe lo que hablo. Solo queda beberte gota a gota y aprisionarte para siempre en la memoria de mi vida y de mi ser. Amarte poco a poco, saborear tu inteligencia, apretarte con los ojos y untarme la nobleza que te escurre por la frente y que me moja hasta los pies.
jueves, 19 de mayo de 2011
El vestido azul
Hoy me puse el vestido azul, ése que en un apuro recogí del suelo de tu cuarto y abotoné con torpeza en medio de un intento desesperado de huir de ti. Todo comenzó más de dos años atrás así, tan desesperado, tan intenso y tan mal.
Ya hace más de 390 días desde la huída. Mientras pienso en todo lo que ha pasado en éste hueco de tiempo, lo acomodo, me veo en el espejo y digo “Cómo es que me dejaste ir, si ya todo estaba listo para ser felices, si ya todo estaba planeado para estar juntos? Cómo es que tiraste la toalla tan fácil, yo pensé que me amabas un poco más?”
Hoy a más de un año de lo sucedido y recordándolo todo se me ocurre que tal vez solo se nos pasó el tiempo para estar juntos. Vivimos tantas angustias, distancias, horrores y malas decisiones. Las alegrías y el amor no bastaron para quedarnos. Es inútil entenderlo, simplemente así fueron las cosas. Así lo decidimos, así nos sucedió la vida.
No hay buenos, no hay malos en ésta historia. Solo hay dos personas que se amaron con todo su ser en medio de miedos y de circunstancias adversas. Hoy sé que la falta de decisiones mata cualquier buena intención. Sé que los temores nos acompañan evitando poder acompañarnos unos de los otros. Sé que me amaste y sé que yo también lo hice y agradezco la prudencia y la valentía de dejarme ir, aún con mi vestido azul.
Sé que te tenía que vivir para que me enseñaras a amar y sé que te tenía que perder para añorar el ser feliz y completo con el ingrediente insustituible del amor. Sé que tenía que llorar por ti y no encontrar sosiego ni paz con nada ni nadie. Hoy sé que no hay dolor más agudo que el saber que la persona que amas nunca podrá estar contigo de vuelta una vez que la perdiste. En los terrenos del amor las idas nunca tienen retornos. Con los suspiros y la confianza de las personas no se juega.
Tal vez nuestro destino no era estar juntos, pero indudablemente tenía que estar contigo para aprender de ti.
Renegué del amor y supuse que la felicidad me estaba vedada. Me sentí culpable y tonta, me perdí en un abismo de soledad y de llanto y fue en ese abismo donde por fin me encontré. Enfrenté mi pánico más profundo y pude reconocer a mi fortaleza más indómita que cualquiera de mis más rebeldes debilidades. Gracias a ti y al dolor de no tenerte me revolqué en mis vicios, mastiqué mis inseguridades y enumeré todo lo que había dejado en el camino. Y después de todo eso, me perdoné.
Hoy que llega a mi vida el amor te amo más que nunca, porque si no hubiera sido por todo lo que viví a tu lado no estaría lista para recibirlo, limpia, curada y perdonada. No habría estado lista para abrir los ojos en medio de la nada y estrechar en la palma de mi mano la lucecita que centelleaba en el camino. Sé cuales fueron mis errores y no pienso volver a cometerlos. Quiero amar y ser amada, disfrutar en sus brazos de un amor libre y correspondido. Quiero hacerlo feliz y devolverle las sonrisas y los suspiros que con su simple existencia me arrebata. Quiero sentirme de él como él es de mi y darle la mejor persona que soy ahora, después de lo pasado, después de lo aprendido.
Ese hombre del que un día me enamoré, que me arrebató mi vida y mis planes. A ese hombre, el bueno, el amoroso, el protector, siempre lo voy a llevar en mi corazón como estandarte de quien me enseñó a valorar las gotas de felicidad que solo puede dar el rocío del amor correspondido. A atesorar las cosas simples, las buenas intenciones, los viajes, el vino, la música y el sabor. Ese hombre que me amó con toda su alma y que sin embargo no pudo o no quiso perdonarnos al final. Ese que no me pudo tomar de vuelta gracias a la sabiduría que le embarga, la de entender a la vida y a las heridas, la de preferir estar sin mi que haciéndome daño.
Ahora que me pongo este vestido azul lo entiendo todo y me voy libre e inundada de esperanzas y de felicidades a encontrar a mi amor. Ese con el que gracias a ti hoy puedo compartir sueños y alegrías. Ese que me mira como si entendiera el girar de mi universo, que me escucha con cada poro de su cuerpo, que me habla desde lo más profundo de sus pensamientos y que me besa con todo el aire de sus pulmones. Ese con el que yo por fin me vuelvo a sentir la niña de alguien, que llena mi jardín de flores y me tiene siempre un cuento de hadas antes de dormir.
Esta es una carta de amor, la última que te escribo.
lunes, 11 de abril de 2011
La agujeta que cambió la historia
Un día antes ahí estaba yo con todos mis miedos y limitaciones como escamas en la piel. La dificultad para dormir se debía a la recurrente sensación de hielo recorriendo la espalda y un olor amargo, esa sensación que puede paralizar y volver loco: el temor.
No soy corredora sin embargo me comprometí conmigo a apoyar una carrera con valor sentimental en mayo así que me insribí a ésta previa para "practicar". Con el corazón tembloroso medio reía y medio lloraba en el fresco de las 7:30 de la mañana, con la angustia de motor. "Que ya empiece" era lo único que podía pensar.
Volteaba para todos lados, me sentía medio mareada y fuera de lugar. Pude ver toda clase de rostros y actitudes. Ahí estaba la tranquilidad, la felicidad, la fiereza y el coraje. Todos esperando un momento, el de arrancar.
Comenzamos y la garganta y el pecho se me llenaron de cosquillas. La espina dorsal se convirtió en repartidora de escalofríos por todo el cuerpo. "Agarra un paso, respira a un ritmo, exhala por la boca, pisa con la bola del pie, zancada larga, primero la punta, relaja los hombros, tu puedes". Uno, dos, uno dos y así llegamos al primer kilómetro.
Nos adentramos en el bosque como una gran masa con ritmos y respiraciones independientes. Una gran célula con movimientos específicos y localizados segregando suficientes endorfinas como para untarse, beberse y regalarse. Kilómetro 4 y comenzaba una subida hacia Los Pinos que se veía imponente. Uno, dos, uno, dos con Regina Spektor de fondo. En la bajada ya sentía un poco de cansancio pero una mujer detrás de mi comenzó a gritar y a dar apoyo. Sentí que me habían inyectado un red bull.
"Agua", -No, gracias- Uno, dos, uno dos, llegaba el momento de cruzar Reforma por debajo del puente de Parque Lira. Los corredores celebran, el eco hace de la gritería una fiesta, la piel se me enchina y dan ganas de abrazar a todos. Va la gente sudorosa con una sonrisa de inmensa felicidad pintada en la cara.
A mi derecha un hombre como de unos treintaycinco va trotando a buen paso empujando la carreola de su hijito. A mi izquierda una señora como de cincuenta va caminando con trabajos y el resto de los corredores le palmea la espalda y la toma de la mano mientras pasan a su lado. Un niño como de ocho años va alentando a su padre para que aumente su ritmo. Y el túnel se volvió magia.
Vuelta a la derecha y otra derecha, Kilómetro 6. Me entra el pánico... Cómo que kilómtero 6? Yo me inscribí a la carrera de 5k. Y ahora qué hago? Cómo me regreso? No la voy a terminar. Y si me quedo? Y si no puedo? Supongo que el hombre que ahora va a mi derecha se percata de mi desazón y comienza a correr al lado mío. El va con sus audífonos y yo con los míos pero alcanzo a escuchar que me dice "Llevas buen ritmo. Después del Auditorio me vas a dejar". Tomamos Reforma y llegamos al Kilómtero 8, después de la subida hacia el Auditorio dimos vuelta en U, bajada y recta hasta la meta. Un kilómetero más. El sol de las 8:50 para cerrar fue el mejor momento de la carrera, ya con la meta tan cerca.
Llegué. Así como casi todas las 2,954 personas que corrieron ése día. Cuando sonó mi chip en la meta todavía no podía creerlo pero ese momento me hizo añicos mis paredes y me hizo recordar que la vida es más que lo que pensamos que podemos hacer. Si no se me hubiera desatado la agujeta no hubiera errado la ruta, hubiera corrido los 5k y probablemente me hubiera inscrito a los 10k la siguiente vez. Hubiera sido mucho más cautelosa y el proceso de confianza en mis capacidades hubiera sido más lento.
Esta vez no fui yo la que decidí arriesgarme pero tuve la fortuna de recibir un empujón. Ahora entiendo a los corredores, ahora sé que cruzar la línea es solo una de las miles de formas que existen para descubrirnos y amarnos un poco más cual únicos e irrepetibles que somos. Y por lo pronto aprendí que la siguiente vez que se me desanude una agujeta en lugar de maldecir voy a abrir bien los ojos y preparar el corazón.
viernes, 1 de abril de 2011
La morena que me robó el amor
Nos conocimos cuando teníamos once años.
Ella, con su color de piel espectacular y su par de ojos miel. Su andar de gata, ágil y elegante. Basta decir que "me quitó" a mi primer amor para que sepan que no era ninguna santa de mi devoción.
Es verdad, lo de ella y lo de él fue mucho más fantasioso que incluso lo mío con él, que ya era bastante inexistente. Qué tipo de novio puede uno tener a los once? Pero ya sabes que cuando estás adentro de la burbuja lo que está adentro es todo tu mundo. A esa edad basta con sentir granizo en el corazón para asegurar que neva en toda la Galaxia.
Estudiamos juntas lo que restó de primaria y los tres largos y ajetreados años de la secundaria. Por supuesto que la relación no mejoró un ápice, ella seguía siendo esa morenaza de fuego que no se contentó con "robarme" al amor de la primaria pues se tomó la desfachatez de ser la noviecita oficial del tipo más apuesto de la secundaria y quien resultaba ser el bajista del grupo rockero donde yo vociferaba al ritmo de hard rock.
No había razón para ser amigas. Ella tan fresa que se juntaba con todas las demás pinky-girls, se cuidaba las uñas, dibujaba bonito y al mismo tiempo era tan sexy. Todo un bombón. Yo? Pues tenía que escoger un rol y eso de jugar a la niña bien nunca se me dió, fue así como inicié mi carrera de chica mala. Yo era ésa, la que fumaba, bebía como cosaco y además se atrevía a cantar en escenario canciones de Motley Crue. El noviecito del paliacate que llegaba por mi en una moto tampoco me daba puntos para que me aceptaran en la reducida fresi-society.
Salimos de la secundaria, cada quien tomó su camino y créanme que nunca extrañé a la sexy morena. Es más, cuando recibí un correo-invitación en el verano del 2009 de su parte la verdad es que no me causó mayor entusiasmo. Hasta puedo decir que me removió el triperío de recordar mi difícil paso por la secundaria.
La invitación trataba de un tipo reencuentro de esos que se pusieron de moda a raíz de que el uso de redes sociales perdió la exclusividad de geeks y adolescentes. Por supuesto no me lo iba a perder, había que asistir. Mis añorables mejores amigos de banca, mis primeros aprendizajes sociales, los recuerdos de cuando engañar al profe de deportes para no usar short era la mayor de mis preocupaciones "reales".
Por hacer una analogía, ir a la reunión era como comerme una Rocaleta, tienes que tragarte varias capas de dulce antes de llegar al centro que te gusta y decidí que lo que había en el centro valía la pena así que me enfundé en mis jeans y en mis mejores ganas.
Llegué, los vi, la vi y lo único que pude sentir fue una afinidad extraordinaria. Tal parecia que los años y la vida nos habían moldeado, cada una por su lado, para moderarnos en unas cosas y llevarnos a nuestros extremos en otras y al final encontrarnos de repente en un camino sumamente parecido. Sin hablar nos entendimos y después de unas cuantas confidencias y unos meses de vivencias sin pedir ayuda nos auxiliamos. Sin consolar nos reforzamos en los momentos más tensos por los que estábamos pasando como si hubieramos sido las mejores amigas desde secundaria, como si no hubieramos dejado de vernos nunca.
Esa morena recatada para unas cosas y desparpajada para otras, amante de la vida, incluyente y extraordinariamente original me ha tendido no una, varias manos y me ha enseñado que la vida es una y hay que respirarla, sudarla y rockearla. La vida es como la música, te trae y te lleva en sus distintos compases. A veces en nuevas estrofas y a veces repite el estribillo. Es caprichosa y al mismo tiempo sabia, solo así uno se explica que haya personas que nunca se van de tu vida y otras que a pesar de que ya las conociste, no hayan llegado aún.
Ella, con su color de piel espectacular y su par de ojos miel. Su andar de gata, ágil y elegante. Basta decir que "me quitó" a mi primer amor para que sepan que no era ninguna santa de mi devoción.
Es verdad, lo de ella y lo de él fue mucho más fantasioso que incluso lo mío con él, que ya era bastante inexistente. Qué tipo de novio puede uno tener a los once? Pero ya sabes que cuando estás adentro de la burbuja lo que está adentro es todo tu mundo. A esa edad basta con sentir granizo en el corazón para asegurar que neva en toda la Galaxia.
Estudiamos juntas lo que restó de primaria y los tres largos y ajetreados años de la secundaria. Por supuesto que la relación no mejoró un ápice, ella seguía siendo esa morenaza de fuego que no se contentó con "robarme" al amor de la primaria pues se tomó la desfachatez de ser la noviecita oficial del tipo más apuesto de la secundaria y quien resultaba ser el bajista del grupo rockero donde yo vociferaba al ritmo de hard rock.
No había razón para ser amigas. Ella tan fresa que se juntaba con todas las demás pinky-girls, se cuidaba las uñas, dibujaba bonito y al mismo tiempo era tan sexy. Todo un bombón. Yo? Pues tenía que escoger un rol y eso de jugar a la niña bien nunca se me dió, fue así como inicié mi carrera de chica mala. Yo era ésa, la que fumaba, bebía como cosaco y además se atrevía a cantar en escenario canciones de Motley Crue. El noviecito del paliacate que llegaba por mi en una moto tampoco me daba puntos para que me aceptaran en la reducida fresi-society.
Salimos de la secundaria, cada quien tomó su camino y créanme que nunca extrañé a la sexy morena. Es más, cuando recibí un correo-invitación en el verano del 2009 de su parte la verdad es que no me causó mayor entusiasmo. Hasta puedo decir que me removió el triperío de recordar mi difícil paso por la secundaria.
La invitación trataba de un tipo reencuentro de esos que se pusieron de moda a raíz de que el uso de redes sociales perdió la exclusividad de geeks y adolescentes. Por supuesto no me lo iba a perder, había que asistir. Mis añorables mejores amigos de banca, mis primeros aprendizajes sociales, los recuerdos de cuando engañar al profe de deportes para no usar short era la mayor de mis preocupaciones "reales".
Por hacer una analogía, ir a la reunión era como comerme una Rocaleta, tienes que tragarte varias capas de dulce antes de llegar al centro que te gusta y decidí que lo que había en el centro valía la pena así que me enfundé en mis jeans y en mis mejores ganas.
Llegué, los vi, la vi y lo único que pude sentir fue una afinidad extraordinaria. Tal parecia que los años y la vida nos habían moldeado, cada una por su lado, para moderarnos en unas cosas y llevarnos a nuestros extremos en otras y al final encontrarnos de repente en un camino sumamente parecido. Sin hablar nos entendimos y después de unas cuantas confidencias y unos meses de vivencias sin pedir ayuda nos auxiliamos. Sin consolar nos reforzamos en los momentos más tensos por los que estábamos pasando como si hubieramos sido las mejores amigas desde secundaria, como si no hubieramos dejado de vernos nunca.
Esa morena recatada para unas cosas y desparpajada para otras, amante de la vida, incluyente y extraordinariamente original me ha tendido no una, varias manos y me ha enseñado que la vida es una y hay que respirarla, sudarla y rockearla. La vida es como la música, te trae y te lleva en sus distintos compases. A veces en nuevas estrofas y a veces repite el estribillo. Es caprichosa y al mismo tiempo sabia, solo así uno se explica que haya personas que nunca se van de tu vida y otras que a pesar de que ya las conociste, no hayan llegado aún.
viernes, 25 de marzo de 2011
Espero curarme de ti. De Jaime Sabines
Espero curarme de ti en unos días. Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en turno. Me receto tiempo, abstinencia, soledad.
¿Te parece bien que te quiera nada más una semana? No es mucho, ni es poco, es bastante. En una semana se puede reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se le puede prender fuego. Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado. Y también el silencio. Porque las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada.
Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral y subversivo del que ama. (Tú sabes como te digo que te quiero cuando digo: “qué calor hace”, “dame agua”, “¿sabes manejar?”, “se hizo de noche”…Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho “ya es tarde”, y tú sabías que decía “te quiero”.)
Una semana más para reunir todo el amor del tiempo. Para dártelo. Para que hagas con él lo que tu quieras: guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura. No sirve, es cierto. Sólo quiero una semana para entender las cosas. Porque esto es muy parecido a estar saliendo de un manicomio para entrar aun panteón.
¿Te parece bien que te quiera nada más una semana? No es mucho, ni es poco, es bastante. En una semana se puede reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se le puede prender fuego. Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado. Y también el silencio. Porque las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada.
Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral y subversivo del que ama. (Tú sabes como te digo que te quiero cuando digo: “qué calor hace”, “dame agua”, “¿sabes manejar?”, “se hizo de noche”…Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho “ya es tarde”, y tú sabías que decía “te quiero”.)
Una semana más para reunir todo el amor del tiempo. Para dártelo. Para que hagas con él lo que tu quieras: guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura. No sirve, es cierto. Sólo quiero una semana para entender las cosas. Porque esto es muy parecido a estar saliendo de un manicomio para entrar aun panteón.
martes, 15 de marzo de 2011
La mujer que pude haber sido
-Amiga, traigo tatuajes de henna. Mira, dragones, mariposas, corazones, abejitas. Qué te gusta? Para el ombligo, para la espalda. Te quedan bonitos. Míralos.
- No gracias.
Maribel se levantó a las 4 de la mañana entre una brisa fresca que sabe le va a durar unos pocos días más. La primavera se acerca a velocidad rampante trayendo consigo al calor sofocante, las ocasionales lluvias y la feria de zancudos. Levanta a su hijo mayor para que le ayude a recolectar un poco de leña mientras junta las sobras de la cena para repartirlas entre los 5 integrantes de la familia.
Una vez que su familia, conformada por sus tres hijos y su madre, terminaron el desayuno los prepara para que se marchen a la escuela o a sus respectivos oficios. Carlitos, el más grande, ya trabaja en una cooperativa empacando plátano macho. Igual que ella no pudo terminar la secundaria para ayudar con la economía familiar.
Luego de una refrescada en el improvisado baño de corteza y lámina, Maribel prepara la dotación de calcomanías de henna que va a ofrecer en el puerto. Hoy es sábado y con suerte la turisteada le dejará los pesos que le urgen para poder comprar algo para la cena. Antes de salir se embadurna de rimel las pestañas y se unta aceite de coco en el cuerpo, su lema es "pobrecita pero arregladita". Lástima que el sol, la mala alimentación y los tres hijos paridos le han dejado huellas en la cara y en el cuerpo pero aún conserva ése candor que la hacía irresistible en la Escuela Secundaria 57 de Cayaco. Por eso había decidido vender tatuajes de henna y no tamarindos o botanas: era su aportación al mundo de la belleza.
Mientras se sube al camión que la lleva hasta el puerto y con el acompañamiento sonoro de Banda Machos se pierde entre los recuerdos de sus años más felices, no por haber vivido en otra casa o conocido lujos pero sí por haberse sentido jóven y deseada. Tenía sueños e ilusiones y pensaba que un día alguien o algo la sacaría de ahí. A veces esos recuerdos lastiman como la arena que se filtra entre la planta del pie y su zapato.
Después de horas de camino llegó al puerto y se detuvo un momento en la playa para apreciar la calma y la tersura del compañero de toda su vida. Ya llevaba rato caminando cuando vió una mujer sola, sentada con la vista fija al mar. La brisa jugaba con sus cabellos y ella permanecía simplemente inmóvil como en una postal. Maribel pensó que la propuesta de un tatuaje de henna le parecería irresistible así que caminó hasta donde ella estaba pero lo único que recibió por respuesta fue un "no gracias" acompañando al rostro impávido donde un par de ojos color mar se hacían los protagonistas. Unos ojos tan concentrados en el llanto que cualquiera diría que por ahí se les estaba llendo la vida.
Maribel dió la vuelta maldiciendo su suerte, ya era medio día y no había vendido nada.
-De qué puede estar llorando esta güerita, ya la quisiera ver tatemándose las patas para darle a sus hijos algo de comer-
Ana se levantó más temprano que de costumbre, últimamente no podía dormir muy bien. El reciente divorcio y tan apresurado nuevo casamiento de su exmarido la tenían emocionalmente afectada. Patricio, su hijito de tan solo cuatro años constantemente le preguntaba por su padre y ella se sentía una inútil respondiendo con balbuceos y llanto. Sus padres la invitaron a pasar unos días con ellos, unas cortas vacaciones para que Patito se distrajera y ella aceptó. En éstos momentos el niño necesitaba otra compañía que no fuera su madre.
Tomó un baño ligero con agua tibia y body lotion perfumado. Se metió en el breve bikini que ya no hubo oportunidad de estrenar con su marido ("ex-marido" se recuerda para su adentros), se untó el bloqueador solar, calzó sandalias y un blusón. Tenía la intención de hacer un poco de ejercicio, hundir los pies en la arena y regresar a tiempo para desayunar con Pato y los abuelos pero una vez en la playa el montículo de arena la aclamaba, no pudo sino caminar como hipnotizada y tomar asiento en la todavía fresca arena. La vista fija en la inmensidad, los dedos haciéndola de palas y rastrillos, el sol hirviendo en la cabeza. De pronto las fotos de su vida se proyectaron en secuencia animada, sus padres protectores, su infancia de caprichos, la adolescencia en Barcelona. Sintió un temblor en la espalda cuando recordó el día de su boda, su vestido, sus ilusiones, su álbum, su amor. Se había casado con el mejor hombre del Universo, habían transcurrido como agua los cinco años de matrimonio, tuvieron a Patito, salían de vacaciones y eran muy felices o al menos es lo que ella sentía hasta que Rodrigo le dijo sin pretextos ni disfraces que amaba a otra mujer y que quería el divorcio. Aún hoy, después de tanto dolor y tanta confusión, ella seguía considerándolo como el mejor hombre del mundo, el mejor padre, el mejor amigo. Lo único que había cambiado es que ahora amaba a otra persona en lugar de a ella. Sabía que de haberle confesado a Rodrigo que se estaba muriendo no la hubiera dejado pero jamás hubiera soportado una mirada de lástima de él. No obstante que su mejor decisión había sido dejarlo ir hoy ella estaba llorando inconsolable, a pesar de la belleza de un mar en calma, de un día perfecto, de un hijo hermoso. Y no estaba llorando por que su muerte era pronta e inminente sino por que el desamor ya le había matado en vida. Hay personas demasiado maravillosas que contienen tanta felicidad que sería egoísta tenerlos para uno solo toda la vida, su misión es hacer felices a muchas personas por ratos. Rodrigo era una de esas personas y el rato con ella había caducado.
Sus pensamientos ahogados fueron interrumpidos por una sombra que cobró materia cuando la volteó a ver. Era una de esas vendedoras de la playa ofreciendo sabe Dios qué. Le llamaron la atención sus ojos color mar que refulgían en una piel sumamente tostada por el sol y una sonrisa de dientes blancos que parecía que cantaba una cumbia cuando hablaba. Por única respuesta le dió un "No gracias" y la vió alejarse.
Se quedó pensando "si al menos tuviera yo esa fuerza y esa sonrisa con la que esa mujer vive".
Ana y Maribel nacieron el mismo día del mismo año en diferentes ciudades y en diferentes condiciones sociales. Las dos son mujeres de ojos amplios, comparten la estatura y el gusto por el mar.
Ana y Maribel, tan parecidas y tan distintas. Dos mujeres viendo el mismo mar y viviendo distintos remolinos.
martes, 8 de marzo de 2011
Por si chocamos
Iba fluyendo el tráfico en Ejército Nacional, eran las 8:07 am. Transitaba por el carril del medio y después de avisar con la direccional me orillé al derecho esquivando a un Civic negro que estaba estacionado. Justo en ése momento el Civic avanza para incorporarse al carril de en medio. Chocamos.
Me estacioné y me bajé para ver los respectivos golpes, pensando en el tiempo que iba a perder pero en calma, pues ya que. Del Civic se bajó un tipo alto, voluminoso, moreno y mal encarado. Se le transparentaba la impaciencia y la intolerancia.
Me acerqué apenada y ni siquiera me dejó llegar a ver mi golpe, me cerró el paso y me espetó “Que no ves o qué?”. Sentí que el estómago se me iba de visita a las rodillas al tiempo que la cara se me ponía roja como si me hubiera abofeteado. Le respondí “Discúlpame, no fue a propósito. Y en todo caso los dos tuvimos la culpa.” Me era difícil leer su expresión bajo sus lentes oscuros tipo “Morpheus”, pero se olía su violencia y en un tono de voz más alto que incluso su primera frase me dijo “No voy a discutir con viejas, te me vas a hablarle a tu seguro rapidito” y comenzó a tronarme los dedos. (Si, a tronarme los dedos!!!)
Tras éste gesto y sus palabras yo me sentía incrédula y victimada. Me di la vuelta y me subí al coche con las manos temblorosas. Hace mucho que no me sentía tan indignada y asustada al mismo tiempo, sentía una vergüenza irracional por haber sido víctima de una franca muestra de violencia. Me tomé mi tiempo para buscar la póliza y decidirme a hablar por teléfono cuando el tipo vino a tocar el cristal de mi ventana. Obviamente ni siquiera lo miré, no sé que quería pero no me iba a arriesgar a que me gritoneara de nuevo. Pasaron otros 10 minutos y vino de nuevo a tocar el cristal con más insistencia, rayando en la exageración. Mi indignación sustituyó al miedo, bajé el vidrio a medias y le dije:
- Qué quieres?
-A qué hora va a llegar tu seguro?
-No sé.
–Cómo que no sabes? Yo tengo una reunión en media hora, me urge que esto quede.
-No sé, no me dicen hora.
–Vamos a perder todo el día por tu culpa, por eso las viejas no deberían manejar.
Lo más inaudito es la sorpresa que sentí cuando me di cuenta que esto último lo dijo en serio. Para qué negar que mentalmente me bajé de la camioneta, lo azoté contra el toldo y le pasé encima repetidamente con mis tacones de aguja. Terminada mi escena mental lo compadecí porque entendí que lo que tenía enfrente era un hombre grandote por fuera e insignificante por dentro como todos los que sienten la necesidad de humillar al sexo opuesto.
Bajé completamente la ventana ya con la seguridad de sentirme superior a ésta lombriz y le dije sin temblores en la voz:
-Primero: Yo no tengo prisa, por mi podemos estar aquí todo el día. Segundo: creo conveniente comentarte que no le he hablado a mi seguro así que ponte cómodo. Al que le hablé fue a mi marido que viene muy enojado y dispuesto a partirte la cara después que le conté como me has tratado.
Se quedó pasmado, ni siquiera gritoneó como yo pensaba que iba a hacerlo. Subí el poco cristal que había bajado y seguí ahí sentada medio riéndome pero preocupada pensando “Y ahora a quién le hablo”.
El tipo regresó, me enseñó su tarjeta de presentación a través del cristal y muy tranquilo me dijo “Te dejo mi tarjeta para que arreglemos esto otro día porque estoy con mucha prisa” y se fue.
Me asusté, me sentí ultrajada, vejada y enojada conmigo misma por sacar a relucir la figura del “marido que va a venir a romperte la cara”. No tengo marido pero tengo el derecho igual que todas las personas a que me respeten y que me traten con educación.
Qué nos pasa? Ni siquiera es un tema de sexismo ni de género, así como hay hombres violentos igual te encuentras mujeres enloquecidas. Las muestras de violencia están por todos lados y por todos los medios, desde el incidente vial hasta en mails laborales. Discriminación, burlas, faltas de respeto, golpes y ofensas llueven desde las escuelas hasta los panteones. No nos cansamos? Yo no digo que comencemos un movimiento, nos desnudemos frente a Palacio Nacional y hagamos una huelga de hambre. Pero sí te digo que procuremos respetarnos. La tolerancia es una de las virtudes más escasas y más difíciles de conseguir pero se facilita mucho cuando nos tomamos la molestia de en verdad sentir respeto por los demás. Tratemos de respirar hondo y pensar antes de hablar, moderemos el tono e intentemos vernos desde afuera como los orangutanes ridículos en que nos convertimos cuando la ira se apodera de nosotros (sin afán de ofender a los orangutanes).
Y siendo realistas aceptemos que el problema va más allá, queda no permitir que las ofensas lleguen al corazón y pensar que las personas que no pueden respetar al resto es porque no tienen respeto por sí mismos. Nadie puede dar lo que tiene vedado para sí.
Estos son mis mejores deseos, por si un día me toca chocar contigo.
viernes, 11 de febrero de 2011
Dime por qué cambias y te diré qué quieres
Sin quererlo, sin buscarlo, porque así siempre llegan las cosas, me inmiscuí en una conversación en lo que esperaba que mi café se enfriara un poco como para darle el primer sorbo.
La conversa giraba en torno al cambio en las personas. “La gente nunca cambia” decía un bando de féminas, en lo que un par de ellas defendían “Claro que cambia, pero no es sencillo”.
Mi mente comenzó a repasar situaciones tanto propias como ajenas, de alguna manera buscando soporte empírico para ponerme de un bando o de otro.
Me acordé de un exjefe, al que después que la esposa le cachó en una movida lo amenazó con irse con los hijos y cosas por el estilo. Como habrá estado la cosa que el pobre no bebía, evitaba ir a cenar o a comer con nadie del sexo opuesto y reacciones aún mas exageradas. Supongo yo que las mujeres le gustaban demasiado y evitaba cualquier tipo de tentación. Cambió? No sé. Solo sé que vivía muy asustado.
Tengo un amigo, un tipo alto, guapo y muy fresa. Se reía de los hipsters, de los yoguis, de los soñadores. Práctico, numérico, exitoso en los negocios. Se enamoró a primera vista de una mujercita menuda, greñuda, fachosa y metida en cuestiones metafísicas. Hace poco los vi, muy contentos. El sigue vistiendo de Lacoste y Hugo Boss. Ella creo que intenta peinarse y hace un esfuerzo por usar blush y gloss. Cuando me despedí de él, seguido de un fuerte abrazo me dijo “Dale Caro, mucha luz para ti”. Me le quedé viendo con ojos desorbitados, creo. Mucha luz? Cambiaron? No. Están enamorados.
El marido de Clarisa se fue de la casa después de una fuerte discusión acerca de la infelicidad por la que estaba pasando la pareja. Nunca regresó. Y lo que le dijo a Clarisa fue: “Tengo miedo de volver, porque yo nunca voy a cambiar así que te seguiré haciendo infeliz”. Clarisa entonces entendió que el mensaje era: “No te amo lo suficiente como para hacer un esfuerzo por estar juntos”. Quién tendría la razón?
Mucha gente después de un accidente, de una enfermedad o de una pérdida cambia su forma de ver la vida, de vivirla, de valorarla. Será que las sacudidas de la vida nos dejan más blandos para impactarnos con el cambio sin rompernos. Será que la posibilidad de tocar los extremos normalmente indeseados nos hace más dispuestos a transmutar.
Y al final todos sabemos que la esencia de las personas no cambia, la educación y las experiencias forman un legajo que no se puede borrar. Pero hay otras cuestiones que moldean tu personalidad como hábitos, actitudes y manías que si bien pueden estar muy arraigadas no son imposibles de modificar. El cambio es lo único constante, la vida es un río que corre siempre con aguas distintas y adaptarnos es parte del proceso evolutivo interno de cada ser humano. Crecer es cambiar. Es verdad, no todos estamos dispuestos a dar, porque hacer las cosas distintas es eso, aportar. Se necesita valor y fuerza interna que normalmente se llama amor (a uno mismo y a los demás).
Para cuando terminé mi cavileo no quedaba nadie en la cocina y el primer sorbo a mi café (ya frío) me recordó la frase de la abuela al respecto del hijo que nunca dejó de beber. "Nadie cambia si no siente la necesidad de hacerlo".
miércoles, 26 de enero de 2011
Batallas de Regadera
Inmersa en sus pensamientos recorre con los dedos índice y anular derechos la pared de azulejos húmeda. Rompe las formaciones de las gotas y juega con las huellas que va dejando en el vaho de la ventana. Está pensando en lo que ha sido su vida en los últimos meses, en lo que se ha convertido, en lo que espera que sea mientras el chorro de agua caliente le masajea los músculos adoloridos de la esplada.
Está preguntándose si vale la pena pagar una renta tan cara, está pensando que su departamento es tan grande para ella que le hace sentirse más sola de lo que se encuentra. Tal vez por eso, a pesar de ser un piso tan cómodo, solo llega a dormir entre semana. Se llena el tiempo con lo que puede y los fines de semana prácticamente vive en casa de sus padres.
Recuerda con una risa medio ahogada acompañada de un dejo de autocompasión que hace poco la madre le dijo " Si sigues invernando cada fin de semana con nosotros después no te preguntes como es que te quedaste a cuidar un par de viejos asustados".
Recuerda con una risa medio ahogada acompañada de un dejo de autocompasión que hace poco la madre le dijo " Si sigues invernando cada fin de semana con nosotros después no te preguntes como es que te quedaste a cuidar un par de viejos asustados".
Embriagada por el calor, ya sin risas, piensa -Pero no quiero estar con nadie, no quiero ni intentarlo. Él va a volver-. Fué entonces cuando ese sentimiento de lucidez que eventualmente toca la puerta, le llegó ácido y fulminante. Es como si el peor de sus enemigos, su fantasma más odiado, le hablara al oído y le alcanzara el corazón. "No va a volver. Ya se acabó. Déjalo ir. Te vas a hacer vieja, fea y más desquiciada esperando a alguien que no está ni va a estar. Dejando pasar una y otra vez las salidas de un tren. Quedarás sola en tu andén abandonado, lejano y derruido".
Apaga la regadera, como si cerrando la llave apagara la voz que la persigue una y otra vez. Cuando come, cuando va al baño, cuando se está peinando, cuando amanece, cuando se duerme. Pero la voz sigue, retumba y le pellizca la seguridad. Ella se pone a berrear en franca locura mientras se seca el cuerpo, se pone la pijama y se enfunda los calcetines. Sigue llorando a grito pelado, tan fuerte y tan abominablemente que hasta ella se asusta. Sabe que puede mostrar su lado más frágil encerrada en esas cuatro paredes, en su baño, entre el vapor, la humedad, el calor y los recuerdos. Se deja avasallar por la voz de toda la vida, le permite inundarla y tomarla desde las oscuridades más profundas de su pánico sin oponer resistencia.
Llegan hasta ella fotos de momentos, le atropellan las palabras dichas y las calladas. Le remuerden los sesos las cosas hechas y sobre todo aquellas suprimidas. Si todo hubiera sido distinto, si hubiera tomado otro camino. Se imagina en el medio de un campo de guerra en franca desolación, donde se encuentran tirados en el suelo su amor delirando, su confianza sangrando y su vida prácticamente devastada. Se pregunta mil veces qué es esto? Será un karma? Tal vez es una repetición tipo vicio tipo locura, o es amor? De esos amores infortunados tan grandes y tan inminentes que tienen que ser frustrados para considerárseles grandes. Mentalmente hace un recuento de aquellos de los que la historia da fe, el panorama es desolador. Los grandes amores siempre tienen un algo o un todo de patológicos.
A punto de perderse como siempre en su mar de reflexiones sin dejar ni un momento de gritar, sollozar, hipear y moquear, hace un alto para tomar fuerzas en algún lugar recóndito de su mal parado frente. Decide enfrentar a la voz invadida en coraje e indignación. Con los ojos inyectados en sangre le espeta "Estoy convencida de algo, y ésta vez no me vas a minar. Por falta de fe no soy la diseñadora que soñé. Por falta de fe he cabalgado la vida sobre relaciones que me han arropado pero no me han hecho feliz. Por falta de fe no he sido madre. Por falta de fe derramé un amor, lo desperdicié y lo ahogué. Es cierto, no sé como componerlo, pero creo en él. Estoy harta de escucharte, estoy harta de que estés cazándome como si fuera un animal herido, siempre esperando el momento en que se va a dar por vencido. Estoy harta de darte permiso de estropearme los sueños por más estúpidos que a ti te parezcan".
Procura guardar la compostura para permitirse salir del baño, aunque bien sabe que está sola como siempre. Escoltada por los restos del vapor camina hacia su cama, se encuentra lastimada y débil pero victoriosa. Antes de disponerse a pensar lo que habrá de cenar, concluye el tema con la voz "Esta vez voy a hacer lo que me pegue la gana. Si estoy equivocada, la vida me dará la oportunidad de rectificar. Si no lo estoy morirás para siempre por atreverte a dudar de mi una y otra vez."
La voz la acompañó a cenar sin siquiera pronunciarse al respecto, hizo vocalizaciones mientras ella se lavaba los dientes y cuando se quedó dormida le cubrió las esperanzas que se le salían del edredón. A manera de despedida La Voz anunció "Al fin me das una buena batalla, ahora sí comienza la guerra".
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