Iba fluyendo el tráfico en Ejército Nacional, eran las 8:07 am. Transitaba por el carril del medio y después de avisar con la direccional me orillé al derecho esquivando a un Civic negro que estaba estacionado. Justo en ése momento el Civic avanza para incorporarse al carril de en medio. Chocamos.
Me estacioné y me bajé para ver los respectivos golpes, pensando en el tiempo que iba a perder pero en calma, pues ya que. Del Civic se bajó un tipo alto, voluminoso, moreno y mal encarado. Se le transparentaba la impaciencia y la intolerancia.
Me acerqué apenada y ni siquiera me dejó llegar a ver mi golpe, me cerró el paso y me espetó “Que no ves o qué?”. Sentí que el estómago se me iba de visita a las rodillas al tiempo que la cara se me ponía roja como si me hubiera abofeteado. Le respondí “Discúlpame, no fue a propósito. Y en todo caso los dos tuvimos la culpa.” Me era difícil leer su expresión bajo sus lentes oscuros tipo “Morpheus”, pero se olía su violencia y en un tono de voz más alto que incluso su primera frase me dijo “No voy a discutir con viejas, te me vas a hablarle a tu seguro rapidito” y comenzó a tronarme los dedos. (Si, a tronarme los dedos!!!)
Tras éste gesto y sus palabras yo me sentía incrédula y victimada. Me di la vuelta y me subí al coche con las manos temblorosas. Hace mucho que no me sentía tan indignada y asustada al mismo tiempo, sentía una vergüenza irracional por haber sido víctima de una franca muestra de violencia. Me tomé mi tiempo para buscar la póliza y decidirme a hablar por teléfono cuando el tipo vino a tocar el cristal de mi ventana. Obviamente ni siquiera lo miré, no sé que quería pero no me iba a arriesgar a que me gritoneara de nuevo. Pasaron otros 10 minutos y vino de nuevo a tocar el cristal con más insistencia, rayando en la exageración. Mi indignación sustituyó al miedo, bajé el vidrio a medias y le dije:
- Qué quieres?
-A qué hora va a llegar tu seguro?
-No sé.
–Cómo que no sabes? Yo tengo una reunión en media hora, me urge que esto quede.
-No sé, no me dicen hora.
–Vamos a perder todo el día por tu culpa, por eso las viejas no deberían manejar.
Lo más inaudito es la sorpresa que sentí cuando me di cuenta que esto último lo dijo en serio. Para qué negar que mentalmente me bajé de la camioneta, lo azoté contra el toldo y le pasé encima repetidamente con mis tacones de aguja. Terminada mi escena mental lo compadecí porque entendí que lo que tenía enfrente era un hombre grandote por fuera e insignificante por dentro como todos los que sienten la necesidad de humillar al sexo opuesto.
Bajé completamente la ventana ya con la seguridad de sentirme superior a ésta lombriz y le dije sin temblores en la voz:
-Primero: Yo no tengo prisa, por mi podemos estar aquí todo el día. Segundo: creo conveniente comentarte que no le he hablado a mi seguro así que ponte cómodo. Al que le hablé fue a mi marido que viene muy enojado y dispuesto a partirte la cara después que le conté como me has tratado.
Se quedó pasmado, ni siquiera gritoneó como yo pensaba que iba a hacerlo. Subí el poco cristal que había bajado y seguí ahí sentada medio riéndome pero preocupada pensando “Y ahora a quién le hablo”.
El tipo regresó, me enseñó su tarjeta de presentación a través del cristal y muy tranquilo me dijo “Te dejo mi tarjeta para que arreglemos esto otro día porque estoy con mucha prisa” y se fue.
Me asusté, me sentí ultrajada, vejada y enojada conmigo misma por sacar a relucir la figura del “marido que va a venir a romperte la cara”. No tengo marido pero tengo el derecho igual que todas las personas a que me respeten y que me traten con educación.
Qué nos pasa? Ni siquiera es un tema de sexismo ni de género, así como hay hombres violentos igual te encuentras mujeres enloquecidas. Las muestras de violencia están por todos lados y por todos los medios, desde el incidente vial hasta en mails laborales. Discriminación, burlas, faltas de respeto, golpes y ofensas llueven desde las escuelas hasta los panteones. No nos cansamos? Yo no digo que comencemos un movimiento, nos desnudemos frente a Palacio Nacional y hagamos una huelga de hambre. Pero sí te digo que procuremos respetarnos. La tolerancia es una de las virtudes más escasas y más difíciles de conseguir pero se facilita mucho cuando nos tomamos la molestia de en verdad sentir respeto por los demás. Tratemos de respirar hondo y pensar antes de hablar, moderemos el tono e intentemos vernos desde afuera como los orangutanes ridículos en que nos convertimos cuando la ira se apodera de nosotros (sin afán de ofender a los orangutanes).
Y siendo realistas aceptemos que el problema va más allá, queda no permitir que las ofensas lleguen al corazón y pensar que las personas que no pueden respetar al resto es porque no tienen respeto por sí mismos. Nadie puede dar lo que tiene vedado para sí.
Estos son mis mejores deseos, por si un día me toca chocar contigo.
Yo le hubiera dicho 'y por qué gritas? Tranquilo nadie más va a saber de tu eyaculación precoz, a menos de que quieras que lo cuente. (Consejo de mi mamá: es que ella es psicóloga y dice que cuando un hombre es intolerante a la mujer, y violento, de la misma forma que te atacó a ti, es porque en su pasado inmediato tuvo una eyaculación precoz y la mujer en cuestión se rió)
ResponderBorrarMás huevos, amiga! :D
Lo manejaste muy bien. Venciste el miedo y pusiste en su lugar a alguien que no se merece respeto por tratar a alguien asi.
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