"Se escribe para llenar vacíos, para tomarse desquites contra la realidad, contra las circunstancias." MVLlosa

viernes, 25 de marzo de 2011

Espero curarme de ti. De Jaime Sabines

Espero curarme de ti en unos días. Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en turno. Me receto tiempo, abstinencia, soledad.

¿Te parece bien que te quiera nada más una semana? No es mucho, ni es poco, es bastante. En una semana se puede reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se le puede prender fuego. Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado. Y también el silencio. Porque las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada.

Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral y subversivo del que ama. (Tú sabes como te digo que te quiero cuando digo: “qué calor hace”, “dame agua”, “¿sabes manejar?”, “se hizo de noche”…Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho “ya es tarde”, y tú sabías que decía “te quiero”.)

Una semana más para reunir todo el amor del tiempo. Para dártelo. Para que hagas con él lo que tu quieras: guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura. No sirve, es cierto. Sólo quiero una semana para entender las cosas. Porque esto es muy parecido a estar saliendo de un manicomio para entrar aun panteón.

martes, 15 de marzo de 2011

La mujer que pude haber sido

-Amiga, traigo tatuajes de henna. Mira, dragones, mariposas, corazones, abejitas. Qué te gusta? Para el ombligo, para la espalda. Te quedan bonitos. Míralos.

- No gracias.



 

Maribel se levantó a las 4 de la mañana entre una brisa fresca que sabe le va a durar unos pocos días más. La primavera se acerca a velocidad rampante trayendo consigo al calor sofocante, las ocasionales lluvias y la feria de zancudos. Levanta a su hijo mayor para que le ayude a recolectar un poco de leña mientras junta las sobras de la cena para repartirlas entre los 5 integrantes de la familia.

Una vez que su familia, conformada por sus tres hijos y su madre, terminaron el desayuno los prepara para que se marchen a la escuela o a sus respectivos oficios. Carlitos, el más grande, ya trabaja en una cooperativa empacando plátano macho. Igual que ella no pudo terminar la secundaria para ayudar con la economía familiar.

Luego de una refrescada en el improvisado baño de corteza y lámina, Maribel prepara la dotación de calcomanías de henna que va a ofrecer en el puerto. Hoy es sábado y con suerte la turisteada le dejará los pesos que le urgen para poder comprar algo para la cena. Antes de salir se embadurna de rimel las pestañas y se unta aceite de coco en el cuerpo, su lema es "pobrecita pero arregladita". Lástima que el sol, la mala alimentación y los tres hijos paridos le han dejado huellas en la cara y en el cuerpo pero aún conserva ése candor que la hacía irresistible en la Escuela Secundaria 57 de Cayaco. Por eso había decidido vender tatuajes de henna y no tamarindos o botanas: era su aportación al mundo de la belleza.

Mientras se sube al camión que la lleva hasta el puerto y con el acompañamiento sonoro de Banda Machos se pierde entre los recuerdos de sus años más felices, no por haber vivido en otra casa o conocido lujos pero sí por haberse sentido jóven y deseada. Tenía sueños e ilusiones y pensaba que un día alguien o algo la sacaría de ahí. A veces esos recuerdos lastiman como la arena que se filtra entre la planta del pie y su zapato.

Después de horas de camino llegó al puerto y se detuvo un momento en la playa para apreciar la calma y la tersura del compañero de toda su vida. Ya llevaba rato caminando cuando vió una mujer sola, sentada con la vista fija al mar. La brisa jugaba con sus cabellos y ella permanecía simplemente inmóvil como en una postal. Maribel pensó que la propuesta de un tatuaje de henna le parecería irresistible así que caminó hasta donde ella estaba pero lo único que recibió por respuesta fue un "no gracias" acompañando al rostro impávido donde un par de ojos color mar se hacían los protagonistas. Unos ojos tan concentrados en el llanto que cualquiera diría que por ahí se les estaba llendo la vida.

Maribel dió la vuelta maldiciendo su suerte, ya era medio día y no había vendido nada.

-De qué puede estar llorando esta güerita, ya la quisiera ver tatemándose las patas para darle a sus hijos algo de comer-


Ana se levantó más temprano que de costumbre, últimamente no podía dormir muy bien. El reciente divorcio y tan apresurado nuevo casamiento de su exmarido la tenían emocionalmente afectada. Patricio, su hijito de tan solo cuatro años constantemente le preguntaba por su padre y ella se sentía una inútil respondiendo con balbuceos y llanto. Sus padres la invitaron a pasar unos días con ellos, unas cortas vacaciones para que Patito se distrajera y ella aceptó. En éstos  momentos el niño necesitaba otra compañía que no fuera su madre.

Tomó un baño ligero con agua tibia y body lotion perfumado. Se metió en el breve bikini que ya no hubo oportunidad de estrenar con su marido ("ex-marido" se recuerda para su adentros), se untó el bloqueador solar, calzó sandalias y un blusón. Tenía la intención de hacer un poco de ejercicio, hundir los pies en la arena y regresar a tiempo para desayunar con Pato y los abuelos pero una vez en la playa el montículo de arena la aclamaba, no pudo sino caminar como hipnotizada y tomar asiento en la todavía fresca arena. La vista fija en la inmensidad, los dedos haciéndola de palas y rastrillos, el sol hirviendo en la cabeza. De pronto las fotos de su vida se proyectaron en secuencia animada, sus padres protectores, su infancia de caprichos, la adolescencia en Barcelona. Sintió un temblor en la espalda cuando recordó el día de su boda, su vestido, sus ilusiones, su álbum, su amor. Se había casado con el mejor hombre del Universo, habían transcurrido como agua los cinco años de matrimonio, tuvieron a Patito, salían de vacaciones y eran muy felices o al menos es lo que ella sentía hasta que Rodrigo le dijo sin pretextos ni disfraces que amaba a otra mujer y que quería el divorcio. Aún hoy, después de tanto dolor y tanta confusión, ella seguía considerándolo como el mejor hombre del mundo, el mejor padre, el mejor amigo. Lo único que había cambiado es que ahora amaba a otra persona en lugar de a ella. Sabía que de haberle confesado a Rodrigo que se estaba muriendo no la hubiera dejado pero jamás hubiera soportado una mirada de lástima de él. No obstante que su mejor decisión había sido dejarlo ir hoy ella estaba llorando inconsolable, a pesar de la belleza de un mar en calma, de un día perfecto, de un hijo hermoso. Y no estaba llorando por que su muerte era pronta e inminente sino por que el desamor ya le había matado en vida. Hay personas demasiado maravillosas que contienen tanta felicidad que sería egoísta tenerlos para uno solo toda la vida, su misión es hacer felices a muchas personas por ratos. Rodrigo era una de esas personas y el rato con ella había caducado.

Sus pensamientos ahogados fueron interrumpidos por una sombra que cobró materia cuando la volteó a ver. Era una de esas vendedoras de la playa ofreciendo sabe Dios qué. Le llamaron la atención sus ojos color mar que refulgían en una piel sumamente tostada por el sol y una sonrisa de dientes blancos que parecía que cantaba una cumbia cuando hablaba. Por única respuesta le dió un "No gracias" y la vió alejarse.

Se quedó pensando "si al menos tuviera yo esa fuerza y esa sonrisa con la que esa mujer vive".

Ana y Maribel nacieron el mismo día del mismo año en diferentes ciudades y en diferentes condiciones sociales. Las dos son mujeres de ojos amplios, comparten la estatura y el gusto por el mar.

Ana y Maribel, tan parecidas y tan distintas. Dos mujeres viendo el mismo mar y viviendo distintos remolinos.

martes, 8 de marzo de 2011

Por si chocamos

Iba fluyendo el tráfico en Ejército Nacional, eran las 8:07 am. Transitaba por el carril del medio y después de avisar con la direccional me orillé al derecho esquivando a un Civic negro que estaba estacionado. Justo en ése momento el Civic avanza para incorporarse al carril de en medio. Chocamos.
Me estacioné y me bajé para ver los respectivos golpes, pensando en el tiempo que iba a perder pero en calma, pues ya que. Del Civic se bajó un tipo alto, voluminoso, moreno y mal encarado. Se le transparentaba la impaciencia y la intolerancia.
Me acerqué apenada y ni siquiera me dejó llegar a ver mi golpe, me cerró el paso y me espetó  “Que no ves o qué?”. Sentí que el estómago se me iba de visita a las rodillas al tiempo que la cara se me ponía roja como si me hubiera abofeteado. Le respondí “Discúlpame, no fue a propósito.  Y en todo caso los dos tuvimos la culpa.” Me era difícil leer su expresión bajo sus lentes oscuros tipo “Morpheus”, pero se olía su violencia y en un tono de voz más alto que incluso su primera frase me dijo “No voy a discutir con viejas, te me vas a hablarle a tu seguro rapidito” y comenzó a tronarme los dedos. (Si, a tronarme los dedos!!!)
Tras éste gesto y sus palabras yo me sentía incrédula y victimada. Me di la vuelta y me subí al coche con las manos temblorosas. Hace mucho que no me sentía tan indignada y asustada al mismo tiempo, sentía una vergüenza irracional por haber sido víctima de una franca muestra de violencia. Me tomé mi tiempo para buscar la póliza y decidirme a hablar por teléfono cuando el tipo vino a tocar el cristal de mi ventana. Obviamente ni siquiera lo miré, no sé que quería pero no me iba a arriesgar a que me gritoneara de nuevo. Pasaron otros 10 minutos y vino de nuevo a tocar el cristal con más insistencia, rayando en la exageración. Mi indignación sustituyó al miedo, bajé el vidrio a medias y le dije:
- Qué quieres?
-A qué hora va a llegar tu seguro?
-No sé.
 –Cómo que no sabes? Yo tengo una reunión en media hora, me urge que esto quede.
-No sé, no me dicen hora.
 –Vamos a perder todo el día por tu culpa, por eso las viejas  no deberían manejar.

Lo más inaudito es la sorpresa que sentí cuando me di cuenta que esto último lo dijo en serio. Para qué negar que mentalmente me bajé de la camioneta, lo azoté contra el toldo y le pasé encima repetidamente con mis tacones de aguja. Terminada mi escena mental lo compadecí porque entendí que lo que tenía enfrente era un hombre grandote por fuera e insignificante por dentro como todos los que sienten la necesidad de humillar al sexo opuesto.
Bajé completamente la ventana ya con la seguridad de sentirme superior a ésta lombriz y le dije sin temblores en la voz:
-Primero: Yo no tengo prisa, por mi podemos estar aquí todo el día. Segundo: creo conveniente comentarte que no le he hablado a mi seguro así que ponte cómodo. Al que le hablé fue a mi marido que viene muy enojado y dispuesto a partirte la cara después que le conté como me has tratado.
Se quedó pasmado, ni siquiera gritoneó como yo pensaba que iba a hacerlo. Subí el poco cristal que había bajado y seguí ahí sentada medio riéndome pero preocupada pensando “Y ahora a quién le hablo”.
El tipo regresó, me enseñó su tarjeta de presentación a través del cristal y muy tranquilo me dijo “Te dejo mi tarjeta para que arreglemos esto otro día porque estoy con mucha prisa” y se fue.
Me asusté, me sentí ultrajada, vejada y enojada conmigo misma por sacar a relucir la figura del “marido que va a venir a romperte la cara”. No tengo marido pero tengo el derecho igual que todas las personas a que me respeten y que me traten con educación.
Qué nos pasa? Ni siquiera es un tema de sexismo ni de género, así como hay hombres violentos igual te encuentras mujeres enloquecidas. Las muestras de violencia están por todos lados y por todos los medios, desde el incidente vial hasta en mails laborales. Discriminación, burlas, faltas de respeto, golpes y ofensas llueven desde las escuelas hasta los panteones. No nos cansamos? Yo no digo que comencemos un movimiento, nos desnudemos frente a Palacio Nacional y hagamos una huelga de hambre. Pero sí te digo que procuremos respetarnos. La tolerancia es una de las virtudes más escasas y más difíciles de conseguir pero se facilita mucho cuando nos tomamos la molestia de en verdad sentir respeto por los demás. Tratemos de respirar hondo y pensar antes de hablar, moderemos el tono e intentemos vernos desde afuera como los orangutanes ridículos en que nos convertimos cuando la ira se apodera de nosotros (sin afán de ofender a los orangutanes).
Y siendo realistas aceptemos que el problema va más allá, queda no permitir que las ofensas lleguen al corazón y pensar que las personas que no pueden respetar al resto es porque no tienen respeto por sí mismos.  Nadie puede dar lo que tiene vedado para sí.
Estos son mis mejores deseos, por si un día me toca chocar contigo.