Era un día cargado de humedad abrumadora, de ésas que se mete en los huesos para hacer de las suyas. El edificio de la Santa Fe, hace mucho tiempo abandonado, era el lugar ideal para montar la Expo. Ambiente tétrico, ecos, juego de luces y de sombras, paredes escurriendo el paso del tiempo. Había mucha gente en el ir y venir de los preparativos para dar inicio a la tan esperada Expo-Horror que anualmente se reinventa en temporada de muertos.
Pablo se sentía fascinado, el tema de los espantos, horrores, vampiros y almas en pena le ponían la carne erizada, le llamaban la atención al mismo tiempo que sentía una gran interrogante hacia un probable inframundo; por lo tanto la oportunidad de participar en el proyecto de adecuación de escenarios era ideal para aportar su visión al respecto. A punto de escuchar el campanazo de inauguración, Pablo revisaba unas adaptaciones. Su vista inquieta paseaba sin saber lo que estaba buscando, volaba su concentración de un detalle a otro como abeja de flor en flor, sin mirar algo pero abarcando todo. De repente la vió. Sintió un latigazo en la nuca que bajó por la espalda, seguido de un movimiento rápido de cabeza tratando de enfocar mejor.
Fue solo un parpadeo, como un revoloteo de ala de mariposa, pero estaba seguro de que ella estaba ahí. Pablo recibía imágenes breves de un antifaz y de una boca, de esa boca. Eran imágenes borrosas, como si al momento de haber sido capturadas la cámara se hubiera movido. La concentración visual la llenaba un color, el color de su nombre, el color de los locos. Boca y antifaz se habían filtrado en sus ojos en tan solo un parpadeo para mandarlo de inmediato al cerebro, hacia el centro de su obsesión. Las imágenes se fueron sucediendo, el parpadeo completo llegó a su cabeza: la sonrisa iba torcida, y los rizos caían con descuido, como jugueteando con aquellos hombros desnudos y suaves. Era ella.
A Pablo lo invadió una necedad, una ansiedad rayando en la locura. Comenzó a caminar por el recinto, le sudaban las manos y podía escuchar los latidos de su corazón en los oídos. No quería que nadie notara que la estaba buscando, disimulaba interés en los stands y seguía caminando, aturdido entre tanta gente y ensordecido por ruidos del “mas allá”. El único objetivo de ése apresurado momento era volver a verla.
Inmerso en su búsqueda inefable, sin saber ya cuanto tiempo había pasado, Pablo sintió cómo una mano lo jalaba hacia el interior de un stand doble que aún no había sido abierto al público. En la confusión cayó al suelo frío y el sentimiento prístino que alcanzó a sentir fue de sorpresa reconfortante al verla de nuevo, ahí parada en frente de él. No lograba entender por qué brillaba tanto esa piel, casi demasiado. Traía un vestido negro que dejaba ver los hombros y los brazos, su antifaz tapando medio rostro y la otra mitad iluminada por su piel.
Pablo estaba demasiado sorprendido, se sentía paralizado y no quería hacer ningún movimiento por la expectativa del minuto siguiente. Yacía en el suelo apoyado de sus brazos con una mueca de incredulidad postrada en su rostro que no hacía más que acentuar su apariencia de niño travieso que siempre había tenido, solo que ésta vez mostraba una mirada cargada de electricidad. Ella se inclinó lentamente hacia Pablo, tan lentamente que él podía olfatear su aroma, que le pareció mejor que cualquiera de los perfumes antes olidos. Sus ropas de pronto vaporosas desprendían un sutil dejo de alguna fragancia de Kenzo.
Violetta acercó su rostro al de Pablo tanto como el antifaz se lo permitió. Ella era consciente de que sus ojos refulgían como llamaradas, como no brillaban hace millones de años. Sentía su piel inflamada, casi dolía, sabía que destellaba y sabía la razón. Entendió que la búsqueda de tantas vidas se debía a ese corazón trémulo tan cerca de su mano y tan lejos de su sórdida existencia. Una vez que lo tuvo así de cerca, ya que se había grabado el color de su mirada, la anchura de sus hombros, las venas de su frente saltadas, dejó escapar en un susurro su voz que estuvo mucho tiempo guardada y le anunció a Pablo, que se mantenía atónito y aferrado al suelo –Vine a robarte el más secreto de tus besos, te lo vine a robar y será mi tesoro- .Pablo sentía los labios de Violetta mientras hablaba, tenía su cara tan cerca que sus labios se rozaban, sentía la respiración pausada a través del antifaz.
Ella cerró los ojos y le pareció que su infierno interno la reclamaba hacia dentro, como si por la cuenca de los ojos se pudiera desaparecer. Sentía que su propia piel refulgía tanto que parecía que alguna fuerza externa la estaba iluminando. Instintivamente acercó su mano derecha hacia Pablo y la clavó sin ninguna duda bajo su camisa, acariciando y memorizando las formas de esa piel cálida. Y lo hizo. Sabiendo que no habría vuelta atrás, sacó abruptamente del pecho de Pablo su corazón, aquél por el cual un día decidió convertirse en lo que ahora era. Sentía los latidos entre sus dedos como tambores y la sangre espesa y caliente escurriendo por sus manos y sus brazos.
Pablo no podía creer lo que estaba ocurriendo, cada minuto las cosas se iban poniendo más inverosímiles y se escapaban de toda su conciencia. Luchó internamente cuando supo lo que Violetta iba a hacer, pero no se atrevió a moverse. Violetta, que seguía sosteniendo el corazón, se lo acercó a la boca y con toda la parsimonia que puede caber en cuatro segundos lo recorrió con la lengua. Pablo la veía presa de éxtasis, no le preocupaba que eso que ella sostenía era su corazón vivo y agitado. Podía sentir los dedos de Violetta alrededor de su corazón.
Al fin dejó de recorrerlo en un instante que pareció infinito, volteó la mirada y corría un hilo de sangre por la comisura de sus labios. Le escurría por el cuello y el escote, esa sangre, su sangre, que tomaba un tono violeta sobre la piel resplandeciente. Lo vió con una mirada profunda y llena de significados ancestrales, de dolores acumulados y de promesas sin cumplir. De golpe acomodó el corazón en el pecho de Pablo haciéndolo caer de espaldas al suelo.
De nuevo acercó su cara, tentada a quitarse el antifaz, pero recordó que no era ése el momento que indicaba la Profecía. Sabía que no era justo para Pablo pero sí era lo más seguro. Y solo salieron de su garganta apretada las siguientes palabras – Lo siento, tu corazón, ahora me pertenece.- Y tras pronunciar éstas palabras se incorporó ligera como un suspiro.
Violetta desapareció entre las sombras de aquél día, adolorida después de dejar ir una vez más al corazón al que se había entregado siglos antes pero con la esperanza de saberlo encontrado después de tantas penas. Había confirmado sus sospechas, ese corazón no podría ser jamás de nadie más que de ella, en ésta y en las vidas siguientes y en realidad no descifraba si eso la hacía sentir feliz o miserable. En su interior guardó el secreto que no contaría nunca a nadie por ser lo único que podía darle placer a su existencia: Pablo la había reconocido.
Pablo, por su parte, salió en cuanto pudo recuperar el aliento. La Expo había desaparecido, el edificio abandonado no era más que un edificio abandonado pero había un camino iluminado por la luz del sol. Se sentía apaleado y sediento. Días después no podía quitarse el olor a Kenzo mezclado con el olor a sangre y el recuerdo de esa boca que lo condenó a seguir buscándola noche tras noche, ésa mujer que se había metido sin permiso en sus sueños mucho antes de que se le apareciera para sacarle el corazón.
Nota: Este es el relato de un sueño que me fué contado por Rafael Vela (@izuzvo) y muchos de los textos que aparecen se respetaron tal y como fueron descritos. La versión de Violetta está basada en una *leyenda propia* que una vez me contó un guía astral.
Más que una leyenda fué una advertencia, debo decir.
ResponderBorrar!Wow! Escribir no es fácil, y al leerte, pareciera que lo es. Felicidades y me convenciste con esta entrada a leer más de tu Blog.
ResponderBorrarAlex VC