Un día antes ahí estaba yo con todos mis miedos y limitaciones como escamas en la piel. La dificultad para dormir se debía a la recurrente sensación de hielo recorriendo la espalda y un olor amargo, esa sensación que puede paralizar y volver loco: el temor.
No soy corredora sin embargo me comprometí conmigo a apoyar una carrera con valor sentimental en mayo así que me insribí a ésta previa para "practicar". Con el corazón tembloroso medio reía y medio lloraba en el fresco de las 7:30 de la mañana, con la angustia de motor. "Que ya empiece" era lo único que podía pensar.
Volteaba para todos lados, me sentía medio mareada y fuera de lugar. Pude ver toda clase de rostros y actitudes. Ahí estaba la tranquilidad, la felicidad, la fiereza y el coraje. Todos esperando un momento, el de arrancar.
Comenzamos y la garganta y el pecho se me llenaron de cosquillas. La espina dorsal se convirtió en repartidora de escalofríos por todo el cuerpo. "Agarra un paso, respira a un ritmo, exhala por la boca, pisa con la bola del pie, zancada larga, primero la punta, relaja los hombros, tu puedes". Uno, dos, uno dos y así llegamos al primer kilómetro.
Nos adentramos en el bosque como una gran masa con ritmos y respiraciones independientes. Una gran célula con movimientos específicos y localizados segregando suficientes endorfinas como para untarse, beberse y regalarse. Kilómetro 4 y comenzaba una subida hacia Los Pinos que se veía imponente. Uno, dos, uno, dos con Regina Spektor de fondo. En la bajada ya sentía un poco de cansancio pero una mujer detrás de mi comenzó a gritar y a dar apoyo. Sentí que me habían inyectado un red bull.
"Agua", -No, gracias- Uno, dos, uno dos, llegaba el momento de cruzar Reforma por debajo del puente de Parque Lira. Los corredores celebran, el eco hace de la gritería una fiesta, la piel se me enchina y dan ganas de abrazar a todos. Va la gente sudorosa con una sonrisa de inmensa felicidad pintada en la cara.
A mi derecha un hombre como de unos treintaycinco va trotando a buen paso empujando la carreola de su hijito. A mi izquierda una señora como de cincuenta va caminando con trabajos y el resto de los corredores le palmea la espalda y la toma de la mano mientras pasan a su lado. Un niño como de ocho años va alentando a su padre para que aumente su ritmo. Y el túnel se volvió magia.
Vuelta a la derecha y otra derecha, Kilómetro 6. Me entra el pánico... Cómo que kilómtero 6? Yo me inscribí a la carrera de 5k. Y ahora qué hago? Cómo me regreso? No la voy a terminar. Y si me quedo? Y si no puedo? Supongo que el hombre que ahora va a mi derecha se percata de mi desazón y comienza a correr al lado mío. El va con sus audífonos y yo con los míos pero alcanzo a escuchar que me dice "Llevas buen ritmo. Después del Auditorio me vas a dejar". Tomamos Reforma y llegamos al Kilómtero 8, después de la subida hacia el Auditorio dimos vuelta en U, bajada y recta hasta la meta. Un kilómetero más. El sol de las 8:50 para cerrar fue el mejor momento de la carrera, ya con la meta tan cerca.
Llegué. Así como casi todas las 2,954 personas que corrieron ése día. Cuando sonó mi chip en la meta todavía no podía creerlo pero ese momento me hizo añicos mis paredes y me hizo recordar que la vida es más que lo que pensamos que podemos hacer. Si no se me hubiera desatado la agujeta no hubiera errado la ruta, hubiera corrido los 5k y probablemente me hubiera inscrito a los 10k la siguiente vez. Hubiera sido mucho más cautelosa y el proceso de confianza en mis capacidades hubiera sido más lento.
Esta vez no fui yo la que decidí arriesgarme pero tuve la fortuna de recibir un empujón. Ahora entiendo a los corredores, ahora sé que cruzar la línea es solo una de las miles de formas que existen para descubrirnos y amarnos un poco más cual únicos e irrepetibles que somos. Y por lo pronto aprendí que la siguiente vez que se me desanude una agujeta en lugar de maldecir voy a abrir bien los ojos y preparar el corazón.