Hoy me puse el vestido azul, ése que en un apuro recogí del suelo de tu cuarto y abotoné con torpeza en medio de un intento desesperado de huir de ti. Todo comenzó más de dos años atrás así, tan desesperado, tan intenso y tan mal.
Ya hace más de 390 días desde la huída. Mientras pienso en todo lo que ha pasado en éste hueco de tiempo, lo acomodo, me veo en el espejo y digo “Cómo es que me dejaste ir, si ya todo estaba listo para ser felices, si ya todo estaba planeado para estar juntos? Cómo es que tiraste la toalla tan fácil, yo pensé que me amabas un poco más?”
Hoy a más de un año de lo sucedido y recordándolo todo se me ocurre que tal vez solo se nos pasó el tiempo para estar juntos. Vivimos tantas angustias, distancias, horrores y malas decisiones. Las alegrías y el amor no bastaron para quedarnos. Es inútil entenderlo, simplemente así fueron las cosas. Así lo decidimos, así nos sucedió la vida.
No hay buenos, no hay malos en ésta historia. Solo hay dos personas que se amaron con todo su ser en medio de miedos y de circunstancias adversas. Hoy sé que la falta de decisiones mata cualquier buena intención. Sé que los temores nos acompañan evitando poder acompañarnos unos de los otros. Sé que me amaste y sé que yo también lo hice y agradezco la prudencia y la valentía de dejarme ir, aún con mi vestido azul.
Sé que te tenía que vivir para que me enseñaras a amar y sé que te tenía que perder para añorar el ser feliz y completo con el ingrediente insustituible del amor. Sé que tenía que llorar por ti y no encontrar sosiego ni paz con nada ni nadie. Hoy sé que no hay dolor más agudo que el saber que la persona que amas nunca podrá estar contigo de vuelta una vez que la perdiste. En los terrenos del amor las idas nunca tienen retornos. Con los suspiros y la confianza de las personas no se juega.
Tal vez nuestro destino no era estar juntos, pero indudablemente tenía que estar contigo para aprender de ti.
Renegué del amor y supuse que la felicidad me estaba vedada. Me sentí culpable y tonta, me perdí en un abismo de soledad y de llanto y fue en ese abismo donde por fin me encontré. Enfrenté mi pánico más profundo y pude reconocer a mi fortaleza más indómita que cualquiera de mis más rebeldes debilidades. Gracias a ti y al dolor de no tenerte me revolqué en mis vicios, mastiqué mis inseguridades y enumeré todo lo que había dejado en el camino. Y después de todo eso, me perdoné.
Hoy que llega a mi vida el amor te amo más que nunca, porque si no hubiera sido por todo lo que viví a tu lado no estaría lista para recibirlo, limpia, curada y perdonada. No habría estado lista para abrir los ojos en medio de la nada y estrechar en la palma de mi mano la lucecita que centelleaba en el camino. Sé cuales fueron mis errores y no pienso volver a cometerlos. Quiero amar y ser amada, disfrutar en sus brazos de un amor libre y correspondido. Quiero hacerlo feliz y devolverle las sonrisas y los suspiros que con su simple existencia me arrebata. Quiero sentirme de él como él es de mi y darle la mejor persona que soy ahora, después de lo pasado, después de lo aprendido.
Ese hombre del que un día me enamoré, que me arrebató mi vida y mis planes. A ese hombre, el bueno, el amoroso, el protector, siempre lo voy a llevar en mi corazón como estandarte de quien me enseñó a valorar las gotas de felicidad que solo puede dar el rocío del amor correspondido. A atesorar las cosas simples, las buenas intenciones, los viajes, el vino, la música y el sabor. Ese hombre que me amó con toda su alma y que sin embargo no pudo o no quiso perdonarnos al final. Ese que no me pudo tomar de vuelta gracias a la sabiduría que le embarga, la de entender a la vida y a las heridas, la de preferir estar sin mi que haciéndome daño.
Ahora que me pongo este vestido azul lo entiendo todo y me voy libre e inundada de esperanzas y de felicidades a encontrar a mi amor. Ese con el que gracias a ti hoy puedo compartir sueños y alegrías. Ese que me mira como si entendiera el girar de mi universo, que me escucha con cada poro de su cuerpo, que me habla desde lo más profundo de sus pensamientos y que me besa con todo el aire de sus pulmones. Ese con el que yo por fin me vuelvo a sentir la niña de alguien, que llena mi jardín de flores y me tiene siempre un cuento de hadas antes de dormir.
Esta es una carta de amor, la última que te escribo.